LA MONTAÑA COMO PASIÓN, COMO ESCENARIO INFINITO SOBRE EL QUE DISFRUTAR INTENSAMENTE DE LA VIDA,
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lunes, 13 de noviembre de 2017

Las Xanas con niños

Viernes 17 Marzo 2017
Desfiladero de las Xanas
Javi (7), Jimena (4)

Esta entrada se me había quedado olvidada como borrador. No todo es escalar.

El viernes es laborable, pero los colegios ajustan exceso de jornada dejando a los niños sin clase varios días en el curso; este es uno de ellos. Como dan buen tiempo, me cojo el día y pienso qué hacer con los pitufos.


La ruta de las Xanas es todo un clásico y está a poco coche de casa. Yo la hice hace muchos años, tantos ya que realmente no recuerdo nada.
Cuando aparcamos apenas hay otros dos coches más. Nos ponemos las botas de montaña, las gafas de sol, y salimos carretera arriba hacia el inicio de la excursión. A los cien metros del coche Jimena declara que “ya está cansada”… me pongo a temblar! Afortunadamente cambiamos de tema y seguimos caminando sin problemas.  Apenas cincuenta metros en el camino de piedras que nos aleja del asfalto, Javi declara que “tiene muchísima sed” y Jimena por su parte que “tiene hambre”…  me pongo a temblar de nuevo! Después de echar un trago y sacar una tortita de maíz para la rizosa, la cosa prosigue sin problemas.


Vamos remontando bastante respecto al coche y al río, cuando giramos después de un pequeño túnel excavado en la roca, ya podemos ver cómo el estrecho camino serpentea colgado de la ladera mientras el valle se va estrechando poco a poco.
La conversación es de lo más variado, temas muy entretenidos y sorprendentes a ratos, como corresponde cuando vas con dos cabezas de imaginación efervescente. Tengo que llevar a Jimena de la mano en muchos tramos porque aunque el camino es ancho, el corte hacia la derecha no recomienda dejarla sola, a merced de sus despistes o arrebatos. Esto es complicado porque ella reclama su libertad, y más aun viendo  a su hermano caminar a su aire unos metros por delante.


El camino va excavado en la ladera, los niños me preguntan qué son las marcas tubulares que han dejado los barrenos. Incluso en algún sitio, ha quedado un tubo completo de roca, que aprovechamos para pasar un palo adelante y atrás un rato. Continuamos el recorrido serpenteante, la ladera de enfrente a escasos metros en la zona más estrecha del desfiladero. El río ruge poderoso muchos metros por debajo, estallando en cascadas blancas. Llevamos un buen trecho y el hambre y la sed nos acosan de nuevo: saco otra vez la botella y las tortitas para apaciguar los ánimos. Ya vamos completando la zona más aérea, estamos entrando en el bosque, y aquí el camino es más seguro y los niños pueden ir jugando más a su aire.


Se ven restos de molinos, con sus canales para conducir el agua y sus redondas piedras, que yo trato de explicar con éxito relativo.


Cuando el famoso método de “en la siguiente curva” ya no me funciona, nos paramos en un recodo entre árboles y tocones musgosos. Sacamos las chaquetas para sentarnos encima de ellas. Los bocadillos de chorizo son devorados con avidez. Luego tortilla, actimeles, galletas… Está refrescando, así que nos ponemos ropa. Con la barriga llena, y como creo que ya estamos casi en Pedroveya, seguimos un rato el camino cuesta arriba, aunque no tardando mucho decido dar por finalizado el recorrido y emprender el regreso.
De vuelta, en una zona que lo permite, bajamos hasta el río a comprobar si el agua está muy fría.


El resto del camino de regreso sin incidencias, charlando de mil temas de lo más entretenidos, jugando a palabras encadenadas.


Llegando al coche acordamos (sin unanimidad) ir a tomar un helado a Villanueva. De regreso a casa, el calor del coche unido a la caminata nos pasa factura y tenemos que dejar reposar los ojos un rato… Angelitos.

2 comentarios:

  1. Muchos y muy buenos recuerdos de caminatas similares...mola.
    A ver si consigues que la cosa dure mucho y que sean ellos quienes te pidan que los lleves al monte...

    Nando

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