LA MONTAÑA COMO PASIÓN, COMO ESCENARIO INFINITO SOBRE EL QUE DISFRUTAR INTENSAMENTE DE LA VIDA,
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DONDE LOS AMIGOS, EL ESTILO Y LAS FORMAS CUENTAN, Y MUCHO

miércoles, 26 de diciembre de 2012

El Verdon´96


Septiembre 96
Rafa Belderrain 
Cañón del Verdon                                                                                       
“La Demande” 320 m, 6a
“Le Pilier des Ecureuils” 240 m, 6b+

Se ha muerto Patrick Edlinger.
Cuando empecé a escalar con dieciseis años, allá por el 91, la escalada deportiva ya estaba muy lanzada, pero aún seguían muy presentes e influyentes los precursores de la escalada libre, y los lugares míticos donde esta había nacido.
Edlinger, junto con su tocayo Berhault, Kurt Albert y Gullich, Destivelle y Patissier, Moffat,  Kauk y Hill inspiraban mis primeros pasos en la escalada. Ya se han ido casi tantos como los que quedan de esta lista...
El Verdon era una de esas mecas a las que había que acudir. Pasados unos años desde que empecé, en 1994, de vuelta de Suiza de mi primera visita a los Alpes, pasamos por allí de turismo: me encantó el sitio. Más tarde, ya en el 96, Rafa y yo hicimos un pequeño viaje allí del que tengo un recuerdo muy especial.


En aquella época no perdonábamos fin de semana y mi libreta tiene muchas vías apuntadas en aquel verano. Juntos hicimos ese año “Rescate emocional” a Peña Santa de Castilla, también "Leiva" o "Cherokee Way" en Urriellu. Estábamos en forma y podemos decir que hacíamos cordada habitualmente. 


Rafa siempre llega tarde. A veces me saca de quicio. A la larga, me decía, sé que voy a tomar la decisión de no volver a quedar con él…Da igual si quedas para ir al Muro a hacer boulder, a Quirós a trepar un rato, a Picos para una vía larga, siempre llega tarde. Esta ocasión no es diferente, y eso que nos vamos para diez días a Francia a escalar. Cuando los nervios ya me están poniendo malo, por fin aparece por la esquina, al volante del bólido que nos ha de llevar tan lejos: un Ford Fiesta de matrícula Oviedo no sé cuántos de la S, vamos que tiene más de dieciocho años la joya. En estos momentos confiamos plenamente en él, a ver si la cosa va bien.
Con una hora y media de retraso salimos de Gijón con intención de avanzar el máximo posible esta tarde. Tenemos por delante unos mil trescientos kilómetros hasta nuestro destino elegido: la garganta del Verdon, meca de la escalada en roca ochentera, donde se cocieron las bases de la escalada libre, donde se elevaron los niveles de dificultad más allá de lo que se creía posible…


La velocidad de crucero del Forfi ronda los cien por hora, no le podemos pedir más. Por otro lado, la Autovía del Cantábrico está en fase conceptual, de momento vamos cruzando pueblos y adelantando camiones hasta que en Santander nos incorporamos a una vía rápida en condiciones. La opción de itinerario elegida va por el eje pirenaico español, hasta cruzar a Francia y ganar el Mediterráneo, para continuar hacia el norte y a la altura de Aix en Provence adentrarnos en los macizos prealpinos hasta encontrar el tajo producido por el río Verdon, dejando paredes calizas de gran calidad de hasta trescientos metros. 


Esto es un resumen rápido, pero el viaje cunde lo suyo: la primera noche la hacemos plantando tienda y todo en un apartadero de la carretera que serpentea al lado el larguísimo embalse de Yesa. La banda sonora de las muchas horas de coche la marcaron unas gastadas cintas de cassette grabadas de Extremoduro, Dover y Defcondos: "Deltoya""Devil came to me" o "Pánico a una muerte ridícula" sonaban repetidas, con fuerza y tesón.
A la mañana siguiente las nacionales nos van llevando poco a poco a nuestro destino. A última hora de la tarde entramos en uno de los campings de La Palud, el pueblo a la salida de la garganta. Apenas hay tiendas, estamos a finales de septiembre y la gente ha desalojado la zona. Está fresco.


El primer día de escalada, como toma de contacto, nos vamos al sector Luna Bong, en la cabecera del desfiladero. Allí nos acostumbramos al hecho de empezar las vías desde el final, desde arriba, rapelando hasta la base. 


Hacemos un par de ellas, de tres o cuatro largos, buscando aquellas que la guía indica como recomendadas, equipadas y en nuestro grado. Sumándole las maniobras y los tiempos para ubicarnos, el día se fue pasando. Disfrutamos la escalada. El paisaje es muy bonito, el cañón profundo y estrecho, el turquesa rápido del río por el fondo. No apunté los nombres de las vías, y revisando la guía no recuerdo cuáles fueron: aquello es un mundo de roca. 




En el camping, con la guía en la mano, he buscado la vía más larga del cañón: “La Demande”: qué suerte, es una clásica de grado asequible, máximo 6a. Pide llevar cacharros ya que el equipamiento es variable. Perfecto.
La mañana comienza con una serie de rápeles por otro sector cercano, que va enlazando varias terrazas intermedias cubiertas de densos bosquecillos de encinas. Al cabo de un buen rato de maniobras estamos en el suelo. Ahora hay que buscar la entrada de nuestra vía. Esto no es fácil, en un pie de vía en ladera empinada, con mucha piedra suelta en el suelo, y cubierto de arboleda densa que impide coger perspectiva de la pared. Al cabo de un rato damos con la entrada y después de los preparativos habituales empezamos a escalar. 


Llevamos alguna cordada por encima. Vamos alternando la cabeza de cuerda y disfrutando del trazado, que sigue la lógica clásica de la pared, buscando diedros, fisuras, chimeneas…





Después de unos diez largos salimos arriba, de nuevo en mitad de un bosque, en el que nos tratamos de orientar para localizar la carretera, y una vez en ella caminar hasta el aparcamiento donde dejamos el coche esta mañana.


La tarde-noche la pasamos en el pueblo, paseando por las calles. Cenamos en el solitario camping.
A la mañana siguiente, nos planteamos el día de descanso: hoy vamos a ir hasta la cabecera del valle, bajar al río y pasear por al lado del mismo a lo largo de un caminillo que recorre el cañón: el Sentier Martel. El paisaje es una pasada, el río tiene ese azul turquesa tan intenso que hemos visto en tantas fotos. Hay bastante gente haciendo el mismo paseo, pero no hay aglomeraciones. De cuando en cuando, tramos de pozas nos invitan a darnos un baño, pero aquí abajo no hace tanto calor, hoy sopla algo de viento y aunque no hace frío, tampoco es como para meterse al agua. No hacemos el camino completo, que son 14 kilómetros, ya que habiendo dejado el coche en la cabecera, quedaría demasiado largo, así que cuando llevamos unas horas de paseo nos damos la vuelta.

La línea de "La Demande"
En el pueblo hay una pequeña tienda de material de escalada. A falta de otras distracciones, trasteamos entre las cuerdas, los gatos, los libros… Mi economía es de pura subsistencia, así que sólo me da para comprarme una uña, skyhook, que siendo un poco más grande que las Chouinard que tengo, completará el juego.


Un nuevo día de escalada: otra vez arrancamos el proceso de forma inversa al habitual, rapelando para empezar. Hoy hemos escogido otra vía larga, algo más de doscientos metros, y de grado un poco más difícil, aunque en este caso parece que está totalmente equipada de chapas. Se trata de la muy recorrida "Pilier des Ecureuils": 240 metros, 6b+. La primera parte del descenso lo hacemos por las Dalles Grises, otra clásica más fácil, que en cuatro tiradas que nos posan en el bosquecillo intermedio de nuestra vía objetivo. De ahí para abajo vamos por la propia vía que pretendemos, con lo que el “a vista” se va convirtiendo más en “al flash”. 



Una vez en el suelo no hay nada que buscar, así que comenzamos a trepar directamente. Hoy Rafa nota el cansancio de los días pasados, y me deja delante algunos largos que le tocaban a él. La vía es una pasada de bonita.



Como colofón a nuestra visita al Verdon, el último día por la mañana, antes de iniciar el viaje de regreso, hacemos una versión de escalada muy practicada aquí: los moulinettes, que yo llamo “balconing”. Esta es una práctica habitual de los escaladores que se acercan al cañón. De hecho, hay bastantes que no hacen nada más que esto, y se trata de lo siguiente: desde uno de los sectores que sale justo a zonas de mirador de la carretera, donde hay aparcamiento y gruesas barandillas donde asomarse, se monta un toprope, se descuelga a un escalador, que escalará con la cuerda por arriba mientras los turistas le fríen a fotos.
Rafa me descuelga primero y hago una vía de 6b+ para calentar. Luego la hace él.
Después nos pasamos más a otra vía a la izquierda (mirando desde la pared), por la que Rafa me descuelga y yo voy pasando las express y la cuerda por sus chapas. En este caso se trata de un 7a de Jean Baptiste Tribout: “Je sui a legend”. Jibe Tribout, polémico de carácter, fue un escalador  mítico de la época dorada y de los primeros años de la alta dificultad, 8bs, 8cs, cuando de esos grados no había nada en el mundo… Pero ya no es solo por eso, sino que justo a la izquierda de esta vía está “Papi on sight”, un 7c también de los primeros. Recuerdo una foto de Gulllich apretando en esta vía. Está más que claro, digo yo, que calentaría en el 7a… Uno no es un idólatra, pero es que por estas gastadas hueveras seguro que también han pasado Edlinger, Moon, Berhault, Moffat, Patissier, Destivelle, Albert, Lafaille, Hill, Haston… y tantos y tantos máquinas, que no me resisto a darle un pegue, aunque sea en polea!!!
La caja no me da para encadenar ni siquiera de segundo: voy cansado, está pulida como el cristal y tengo que colgar a reposar en un par de sitios, pero cuando me agarro a la barandilla de la salida saliendo al mundo horizontal, además de hinchado de ácido láctico, estoy hinchado de contento.
Buena guinda para el pastel que ha sido esta semana en el Verdon.

Yo de aquella no tenía cámara: las fotos son todas de Rafa, y aunque no salieron muy bien sirven para revivir un poco las cosas:
Las pintas que tenía...
...no se libra nadie

Fue un buen viaje. Tengo un gran recuerdo. 
Ya han pasado unos cuantos años... igual Rafa ya no es tan tardón, voy a tener que llamarlo para quedar otra vez (y para devolverle las diapos).

jueves, 13 de diciembre de 2012

En la nube con esquíes

Sábado 8 diciembre 2012
Bene Santos
Pajares
El Cellón (2.029 m)
El Cuitu Negru (1.850 m)


Apenas tenemos visibilidad. De rodillas en el suelo, damos la espalda al lacerante viento norte. Con cuidado para evitar que nos arranque de las manos lo que vamos sacando de la mochila, intentamos abrigarnos. La chupa parece ser lo último que mis atontados dedos localizan, a pesar de no tener casi nada con lo que confundirme. Por fin, buscando la orientación en la que me favorece enhebrar las mangas, soy capaz de ponérmela: la sensación cambia sensiblemente. Intento tirar alguna foto con el teléfono, pero con guantes y con los dedos aturdidos todo es más complicado.


Es algo antes de las once. Hemos hecho la cumbre relativamente rápido, a pesar de venir charlando con las tablas en la mochila desde hace un buen rato (o precisamente por eso, no lo sé). La nieve está demasiado helada para subir con los esquíes, al menos para mí. Bene también estuvo de acuerdo en quitárnoslas cuando empezamos a perder seguridad. La costra helada soporta el peso, obligando incluso a dar buenas patadas. Si hubiera traído los crampones ya me los habría puesto. No sé cuándo se me ocurrió que no harían falta: nos esperábamos un paquete de nieve fresca de mucho más espesor, y desde luego no helada. Nunca sabes lo que te vas a encontrar, y los crampones son esenciales.



Cuando nos volvemos a poner las mochilas para emprender el descenso, las tablas hacen de vela, y nos tuercen hasta alcanzar un ángulo más cercano a la horizontal que a la vertical original. Las rachas son intensas. Una vez debajo de la arista, que está algo cornisada, la cosa cambia. Nos apretamos las botas, fijamos las ataduras y salimos para abajo, no sin antes esperar unos minutos a que la sangre se me abra paso por los capilares de las manos, recordándome el desagradable proceso.


Van a ser unos pocos giros: la nieve tiene propiedades cambiantes, pasando por zonas lisas muy heladas, otras bacheadas y otras más esquiables. Los disfrutamos igualmente. Pronto nos estamos quitando de nuevo los esquíes para el tramo de embudo empinado hasta coger la pista: sigue muy helado. Una vez en la pista nos encontramos a la primera pareja, comentamos la jugada. Luego cruzaremos a otros muchos, incluso grupos grandes. La pista, a pesar de los baches de las huellas, se baja rápida, y a las doce ya estamos de nuevo en la furgo: vamos a subir al Brañilín a hacer otra cumbre y estirar algo más la jornada.
La estación está abierta, pero la crisis se nota: aunque tenemos que dar una vuelta, encontramos una plaza para aparcar la furgo bastante arriba.


La intención era subir a Celleros, pero la nube sigue enganchada y la visibilidad muy limitada: optamos por el seguro Cuitu Negru. Paralelos a la silla parada, vamos remontando las cuestas. La nieve sigue muy dura y llegando arriba nos tenemos que quitar otra vez los esquíes. Coronamos, y después de volver a apretar las botas, nos tiramos por las pistas abajo, rodeados de un montón de gente que disfruta, aquí sí, de una nieve de calidad.
Hemos acumulado un desnivel modesto, poco más de mil metros, y una parte importante del mismo con las tablas en la mochila, aunque seguro servirá de entrenamiento.
Antes de las cuatro estaba en casa con la familia. Un buen día de montaña. Aunque no viéramos casi nada.
Compartir con Bene estos momentos, como siempre un placer.


Esta misma tarde termino el libro que estaba leyendo: "El sonido de la gravedad", de Joe Simpson. Muy bueno. Las primeras noventa páginas son simplemente tremendas: consigue transmitir una sensación de agobio que casi te hace tener un nudo en el estómago. Y por supuesto, hay algunas grietas de glaciar.


Al día siguiente, sol y cielo azul. Disfrutado con Paula y los niños en el parque de la Providencia de una  espectacular luz de invierno. 

Gijón 7:30 h
Arbás del Puerto (1.350 m) 8:45 h
Cellón (2.029 m) 11:00 h
Arbás del Puerto (1.350 m) 12:00 h
Brañilín (1.480 m) 12:30 h En esquíes 13:00 h
Cuitu Negru (1.890 m) 14:00 h
Brañilín (1.480 m) 14:30 h
Gijón 15:45 h

jueves, 6 de diciembre de 2012

Un ideal hecho realidad

La montaña, la vía y el estilo: el Cerro Torre, por la Ferrari y en estilo alpino.
Muy difícil de mejorar.

Con esta apuntada, Kiko y Eduardo ya podrían retirarse (seguro que van a seguir dando caña a tope...).
A la espera de las fotos y el relato detallado, de momento me conformo con lo que cuenta ya Edu y también Colin Haley, con quien coincidieron el mismo día.
Desde la envidia máxima, mis felicitaciones y admiración: máquinas totales.