LA MONTAÑA COMO PASIÓN, COMO ESCENARIO INFINITO SOBRE EL QUE DISFRUTAR INTENSAMENTE DE LA VIDA,
DONDE ESCALAR, ESQUIAR, PEDALEAR, CORRER, CAMINAR...
DONDE LOS AMIGOS, EL ESTILO Y LAS FORMAS CUENTAN, Y MUCHO

sábado, 18 de agosto de 2012

Limusinas por Sajambre


La niebla reducía mi mundo a unos doce metros a la redonda. El gris me envolvía. Apoyado en la caliza en silencio, recuperando el resuello, esperaba a que llegara el colega. Hacía muchos años que no salíamos de monte juntos. Me refiero a salir al monte por deporte, porque él, igual que otros de mis amigos, eligieron hace tiempo dónde y cómo querían vivir, y era en estos valles y montañas, y por aquí hemos compartido muchas jornadas. Pero lo de subir a una cumbre por el mero placer de hacerlo, hacía mucho que no lo practicaba. Se animó esta mañana cuando le comenté que iba a dar una vuelta más tarde. Ahora remontamos juntos los tramos finales de trepada, por entre estas llambrias y zócalos de roca, a escasos metros de la cima.


El que no sabe es como el que no ve. El toro tenía para mí una planta tremenda; una cabeza poderosa, la musculatura marcada en pecho, lomo y cuartos delanteros y traseros, mirada tranquila y un par de huevos de a kilo. Pero él me decía que no, que era muy mejorable. Era de raza Limousin (limusina para los de aquí), a diferencia de las vacas con las que comparte las breves praderas alrededor del bebedero y a las que se monta en cada celo. Según me cuenta, es habitual elegir esta raza para los toros: es una garantía para la calidad de los jatos. No es que salgan espectaculares, pero la media es buena y las estadísticas hablan de buenos ratios, de pocos partos complicados. Y claro, a la larga interesa más. Cuando estás metido en esto, buscas sacarle algo de rentabilidad e intentas huir de los problemas. “Seguro que con Asturiana de los Valles puras iban a salir culones más guapos, pero no compensa”, me explica.


El calor de ayer era asfixiante. Afortunadamente hoy está mejor. La densa capa de nubes bajas nos ha protegido del sol desde los primeros tramos de subida de pista, donde el desnivel es mayor. Esto no quita que llevemos la camiseta totalmente empapada en sudor. Antes, mientras pasábamos en el collado por entre las vacas de Adolfo, me decía “esa tuvo una cesárea hace poco, ¿ves las marcas?” El bicho estaba a unos treinta metros. Es increíble cómo se agudiza el sentido para reconocer de lejos a los animales, incluso los que no son tuyos.
Me he vuelto a adelantar un poco y he llegado a la cruz de la cima. Por costumbre miro el buzón: destapo el bote de carrete fotográfico (qué pronto nos hemos olvidado de aquello) y saco la tarjeta de cumbre. Sin prestar mucha atención miro la fecha, 18 de Julio 2012, un grupo de Laviana. Me la meto en el bolsillo. De pie en camiseta, sudando y con bastante calor, miro hacia la arista que une con la otra cumbre y me la imagino bien nevada: puede ser una actividad muy guapa, me la apunto. Cuando llega, nos estrechamos la mano. Me ha gustado venir con él. Es la quinta o la sexta vez que hago esta cumbre, aunque por circunstancias varias, antes siempre había venido solo. Me ha gustado por el hecho de volver a hacer montaña con él, de compartir una cumbre después de tantos años.


La niebla se abre un poco, lo justo para dejarnos ver el espectáculo que nos rodea: aristas, camperas, bosques. Hacia Picos no se ve nada, pero su cercana presencia, su dominancia casi se nos hace palpable. Las voces del pueblo se reciben cercanas: no obstante, en línea recta no hay gran distancia. Mirando dirección a Carombo, vemos una manada de unos quince rebecos que corren saltando entre las rocas. Corren por afición, porque en el Parque campan a sus anchas sin miedo a nada. Hay muchos, igual que jabalíes, corzos y venados, y su presencia es cada vez mayor y más cerca de los pueblos. El claro sólo dura unos minutos y la nube se vuelve a cerrar.
“Si quisieras vivir de esto en exclusiva, harían falta unas ochenta como mínimo. Ochenta vacas se dice rápido. Eso para carne. Si es para leche el tema se complica, necesitas mucha más inversión inicial para poder sacarle rendimiento, y terminan pagándotela muy barata”. La perspectiva es complicada, no invita a meterse en estos líos.
Volvemos a estar envueltos en la nube: mientras destrepamos me dice que él no le ve sentido a arriesgar escalando, que subir montes así como este muy bien, pero que más difícil no. Empezamos a trepar juntos de chavales y compartimos cuerda en Picos, aunque él lo fue dejando pronto. Yo le digo que sin arriesgar de más se pueden hacer muchas montañas. A media arista me señala por dónde sale el Travesedo, esa senda de pastores colgada a media peña, otra cosa guapa para hacer. Algunos tramos de la bajada son bastante aéreos y hay que prestar atención.
Más abajo, me indica el pequeño valle donde tiene sus vacas, en la dirección de la Pica la Plana, es decir, el Frailón. Allí se ven algunas desperdigadas. No son muchas, unas catorce.
Ya en la pista de nuevo, charlando despreocupadamente, vuelvo a sacar la tarjeta de cumbre que llevo en el bolsillo y me fijo que marca dos mil trescientos y pico metros en la altura de la cumbre, eso es mucho más que la altura de la que hemos hecho: cuando la leo con atención veo que es de la Torre de los Traviesos. Me río para dentro, parece que no soy el único aficionado a cambiar de cumbre las tarjetas que encuentro…
Hoy día queda poca gente viviendo en el pueblo: en verano van a la hierba cuatro, literalmente cuatro. La edad media es muy avanzada y la falta de gente que trabaje y mantenga las cosas hace que el bosque vaya cerrando el cerco, recuperando su espacio, comiéndose los prados… Es el retorno de la selva. A diferencia de su hermano, que cree que la gente volverá a los pueblos a buscarse la vida en la tierra como antaño, él no lo ve claro: vivir así es muy duro y la gente ya no está acostumbrada a rigores y estrecheces. No sé, le digo, también en las ciudades se pueden sufrir muchas estrecheces.




Llegando al pueblo vemos por entre los árboles el gentío en la bolera: hoy era el campeonato de los niños y se han juntado unos cuantos. Estamos en agosto, las fiestas cercanas y el ambiente está animado. Una vez entre la gente nos separamos cada uno a sus cosas, pero creo que repetiremos pronto.
Ha sido una escapada breve (apenas tres horas en total), a una cumbre muy repetida, y además con un cielo que no dejó ver apenas nada, pero ha servido para cargar las pilas, aprender algunas cosas y para hacer nuevos planes. Me ha venido bien.
Estos días he terminado un libro inspirador: "Los viajes de Júpiter", de Ted Simon. Todo un descubrimiento gracias a la recomendación de Nando.


Soto (950 m)- Peña Beza (1958 m) - Soto (950 m) 3 horas