LA MONTAÑA COMO PASIÓN, COMO ESCENARIO INFINITO SOBRE EL QUE DISFRUTAR INTENSAMENTE DE LA VIDA,
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DONDE LOS AMIGOS, EL ESTILO Y LAS FORMAS CUENTAN, Y MUCHO

lunes, 25 de octubre de 2010

Domingo lluvioso de Otoño


24 Octubre 2010

Fin de semana en el pueblo. El otoño ha entrado con algo de retraso pero los bosques ya se tiñen de color.
El sábado el tiempo estaba bueno, y lo aprovechamos bien paseando por los prados de alrededor del pueblo, jugando con Javi, buscando vacas y caballos que enseñarle, y más tarde buscando nueces que recoger. Hay pocas cosas que den tanto placer como el recolectar los frutos del bosque; las nueces silvestres son, como todos los frutos de los bosques de montaña, pequeñas, pero muy sabrosas. Aunque no encontramos muchas lo pasamos bien.


El domingo amaneció lloviendo tal y como habían predicho en el telediario. El plan de salir a correr peligraba, a ratos diluviaba. Hacia la una estaba ya cambiado, con los playeros puestos y el chubasquero en la mano, mirando por la ventana cómo caía una densa cortina de agua. En esos momentos dudas, en la tele iba a empezar la fórmula 1, y aunque ya sabía el resultado, la tentación era grande...

Finalmente, y pensando que cualquiera que me viera, pensaría que soy idiota saliendo a correr con este tiempo, salí de casa, me puse la capucha, arranqué el cronómetro y empecé a correr.
La densa arboleda del primer tramo de pista me atechaba ligeramente, pero más tarde la lluvia me caía encima sin piedad. Fui calentando poco a poco, las sensaciones iban mejorando a pesar de la cuesta continua. Curva a curva fui ganando altura hasta alcanzar el mirador de los Porros, ahí la cosa afloja: recuerdo que la pista, aunque sigue subiendo ya es más llevadera. Me cruzo con tres excursionistas bajando que me saludan sonrientes, se ve que disfrutan el paseo a pesar del agua.
Las ráfagas de viento me lanzan el agua a la cara, y también me traen hojas de haya, amarillas y naranjas que se me pegan en la chaqueta, yo las miro en medio de ese trance de esfuerzo regulado en el que parece que podrías seguir corriendo eternamente (esa sensación dura poco, pero es termenda).
Mi recuerdo de esta carrera en el verano me decía que lo duro estaba hecho. La leña apilada en los bordes de la pista tal y como José Luis y Diego nos dijeron ayer me avisó de que ya casi había llegado a la unión con el camino viejo: unos cientos de metros y me daré la vuelta.
Al llegar a la portilla miro el crono, treinta y seis minutos, "no está mal pienso" al darme la vuelta. Para bajar cojo el camino viejo, en la primera curva adelanto a otro grupo de unos diez excursionistas, estos me sueltan algún chascarrillo desde debajo de sus paraguas, capas y chubasqueros chorreantes. Sigo trotando con cuidado de no resbalar, la alfombra mullida de hojas de haya y roble esconde a veces baches y piedras.
Cuando cruzo entre las primeras casas del pueblo paro el reloj; 49 minutos, no está mal, 1 minuto más que en Julio...
La carrera ha estado genial: no ha parado de llover en todo el rato, pero lo he disfrutado en cada minuto.
Para cerrar el fin de semana, de la que nos vamos paramos el coche entre Soto y Oseja debajo de unos nogales y recogemos en dos minutos una buena bolsa que saborearemos durante una buena temporada: a mí seguramente me sepan a carrera por el bosque.

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