LA MONTAÑA COMO PASIÓN, COMO ESCENARIO INFINITO SOBRE EL QUE DISFRUTAR INTENSAMENTE DE LA VIDA,
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viernes, 10 de septiembre de 2010

Kuffner al Mont Maudit, Septiembre 2006

Juaco y Juan Piñera - Septiembre 2006
Aiguille d´Argentiere (3.900 m) - Normal
Mont Maudit (4.465 m) - Arista Kuffner, III/D

El coche devora kilómetros en mitad de la noche. Juaco me ha dado el relevo al poco rato de cruzar la frontera de Irún y ahora descanso en el asiento del copiloto, mientras Juanín duerme con el cuello dislocado en el asiento de atrás. Hablamos locuazmente, comentando lo que andamos haciendo, lo que queremos hacer, lo que otros hacen o dicen que hacen y nosotros no nos terminamos de creer: vaya, criticando, lo habitual. De repente, Juaco queriendo poner las largas, pero poco habituado a mi coche, lo que hace es apagar totalmente las luces: a ciento treinta por hora en mitad de una recta de autopista francesa pisa el freno con el reflejo del miedo, se activa automáticamente la intermitencia del warning de emergencia y acabamos parados en el arcén mientras nos adelantan sorprendidos los pocos que circulan a estas horas de la noche.
Estamos, como tantas veces, camino de los Alpes para intentar realizar alguna ascensión o escalada que complete el año. Para mí, que cada vez salgo menos al monte, esta cita anual cobra una importancia muy grande, y deposito muchas esperanzas en que el cielo y las condiciones de la montaña nos dejarán apuntarnos alguna actividad. Ahora nos toca buscar un área de descanso de la autopista donde podamos dormir unas horas para mañana continuar temprano y llegar al Valle a mediodía.
El cielo está muy gris, desde aquí deberíamos ver la Bionasay y el Mont Blanc, pero un macizo de nubes plomizas tapan la vista. Hemos parado en una gasolinera a preparar las mochilas en previsión de tener que salir corriendo a la estación nada más llegar: se nos han echado encima las horas y no quiero perder la subida de hoy. Viniendo con los días tan contados, no podemos perder ni una tarde. Organizamos el material, sopesando lo que hará falta y lo que puede sobrar: el primer objetivo es aclimatar subiendo a dormir a Argentiere para ascender mañana temprano a la Aiguille d´Argentiere por la vía normal, una cumbre fácil de tres mil ochocientos metros. En la Casa de la Montaña nos informan de que el tiempo estará revuelto pero sin grandes precipitaciones, así que el plan sigue en marcha. Es tarde, salimos corriendo al coche para recorrer lo que falta de valle hasta la estación del teleférico que nos permitirá subir hasta los tres mil doscientos metros de Grand Montets, si conseguimos llegar al último teleférico. Y sí que llegamos, pero por los pelos. 

Bajando al glaciar con la Aiguille de Chardonnet delante

En apenas veinte minutos pasamos de la vida normal, de los coches, las casas y la gente del valle al mundo inhóspito de la montaña. El Dru nos saluda entre jirones de niebla. La Verte se alza altiva. Nos calzamos los crampones e iniciamos el descenso al glaciar. Una vez abajo, rodeados de las sobrecogedoras caras norte de Les Droites, Les Courtes, Triolet, el Mont Dolent… nos sentimos pequeños. Vengo como líder de cordada, y esto me hace rebajar el listón de mis objetivos, acomodándome a esta circunstancia y a mis compañeros. El paseo se hace pesado hasta el refugio. Por fin lo alcanzamos y nos acomodamos. Hay más gente, pero es muy grande y no nos estorbamos.
Cena rápida y a dormir. Mañana madrugamos como procede: nuestro objetivo es la Aiguille D´Argentiere, por su normal. Una cumbre de 3.900 metros, fácil pero muy guapa.

Amaneciendo entre nubes amenazadoras

Ayer no nos acercamos a mirar la zona de la morrena, ahora vemos nuestro error al deambular por este caos de bloques a la luz de la frontal e inmersos en una densa niebla. Es por estas cosas por las que se estropean las actividades aquí: escalar es igual que en otros sitios, pero las aproximaciones y los terrenos intermedios se comen las horas y las energías. Finalmente encontramos el paso y nos remontamos por el glaciar mientras la luz del amanecer se va colando tímidamente por entre la densa niebla. A ratos nieva, pero creemos que irá mejorando, además el terreno es sencillo así que seguimos subiendo, sorteando las grietas del glaciar. Poco a poco la pendiente se va pronunciando, nos colamos en un corredor que sortea la parte más aérea del resalte y al cabo de un rato estamos en la arista camino de la cumbre, donde el sol nos da a ratos y un espectro de Broken se proyecta.


Cumbre de la Aiguille D´Argentiere 

El descenso se dio bien y a mediodía estamos en el refugio. El plan de intentar el espolón Norte de Les Courtes se desecha tan pronto como escuchamos las tremendas descargas que provienen de allí. Las nevadas de los últimos días están bajando en forma de avalanchas. Recogemos las cosas y nos volvemos a Chamonix: otras cuatro horas de pateo y alcanzamos el teleférico.

Llegando de vuelta al refugio de Argentiere, con Les Courtes en frente

El ritual se repite: nueva visita a la Casa de la Montaña para informarnos de la meteo y las condiciones. Vamos a intentar la arista Kufner al Mont Maudit: se trata de una actividad de alpinismo clásico, una larga y afilada asista que une la Tour Ronde con el Maudit, en un ambiente espectacular.
A la mañana siguiente cogemos el primer (o segundo) teleférico a Midi y emprendemos la travesía del Valle Blanco en dirección a nuestro objetivo. Los pilares Boccalatte y Gervasutti del Tacul, el Grand Capucin y la Tour Ronde nos vigilan mientras circulamos bajo un sol de justicia en esta olla sin oxígeno, buscando el mejor camino por entre las inmensas grietas del glaciar.

El Valle Blanco con su centinela: el Gran Capucin

A media tarde terminamos de plantar la tienda en el plató a una distancia aceptable de la arista. Nos encaminamos a ella: tenemos que escalar hasta su filo, donde se encuentra encaramado el refugio vivac Col de la Fourche.
“Subid vosotros, esto es muy difícil, yo me quedo aquí.” “Juan no me fastidies, el plan era venir a hacer esto juntos, ya verás como subes silbando”, después de unos cuantos rifirrafes, “o vamos todos o no vamos ninguno”, lo terminamos convenciendo y arranco de la rimaya hacia la pala de nieve-hielo. En dos largos llegamos a la arista y con otros treinta metros nos plantamos en la terraza de rejilla de la cabaña vivac: está a tope de gente, de casualidad sobran tres plazas de litera, pero para cocinar nos vamos a quedar fuera. Suerte que la temperatura es agradable y la vista tremenda: la luz rosada del atardecer ilumina las cumbres de El Cervino, Gran Paradiso, la vertiente Brenva del Mont Blanc… No hay mejor balcón, pero cuidado con las manos, si se te resbala algo bajará los cien metros que nos separan del glaciar, tintineando contra el granito.
Los cuchicheos se intercalaban con el silbido de los hornillos, calentando esas bebidas a horas intempestivas de los comienzos alpinos. Primero una cordada que se iba al Espolón de la Brenva del Mont Blanc, dos gallos claro. Después el grupo que seguiría la arista que nosotros queríamos hacer, y que nos abrirían huella para todo el día. Nos desperezamos cuando empezó a quedar sitio en el exiguo espacio del refugio. Desayuno rápido, recoger las cosas y ponerse los crampones para salir a la noche.
No hace frío, pero la escalada sobre la afilada arista nevada activa los nervios. Progresamos en ensamble sorteando los bloques ya por la vertiente francesa, ya por la italiana, cabalgando siempre sobre la línea negra del mapa.

Juanín disfrutando al amanecer de una arista increíble

Las luces de nuestros predecesores se elevan cerca de la Punta de Androsace, muy lejos y por encima de nosotros. No hay dificultades serias, y conforme vamos ganando luz del amanecer, nuestra confianza aumenta. Juan sonríe al darse cuenta de que no le engañaba: se trata de un recorrido de alpinismo clásico, elegante, aéreo y en altura (ya estamos cerca de los cuatro mil metros), pero nada que su dilatada experiencia en montaña no pueda acometer tranquilamente. La arista nos regala imágenes increíbles, alpinistas encaramados sobre cornisas colgadas sobre enormes platós glaciares, y de fondo, el Diente del Gigante, las Grandes Jorasses, ¿qué más podemos pedir?

La cumbre, altiva y lejana

“Coño, ¡esta gente viene como locomotoras!” Cuatro elementos están alcanzándonos por detrás, llegan, nos pasan y desaparecen con la rapidez y eficacia del que se mueve por estos terrenos de forma habitual de muchos años. Son cuatro suizos que vienen de Cosmicos, con intención de ascender al Maudit, luego al Mont Blanc y continuar descendiendo hacia Bionasay…”menudos gallos”. Lo cierto es que en las zonas de escalar no son más rápidos que nosotros, es más bien en las zonas medias, palas heladas por ejemplo, donde los vemos tallar escalones como los antiguos, y escaparse de nosotros irremediablemente.

Rápel en el flanqueo de la Punta de Androsace

Superada la Punta de Androsace, que bordeamos por la vertiente italiana, y después de algún rápel corto en la arista, afrontamos una zona de escalada mixta, con resaltes grandes de roca, que nos van elevando poco a poco hacia el Epaule. Las muchas horas de actividad, en cotas superiores a cuatro mil doscientos metros ya (el Tacul se ha quedado por debajo de nosotros) van pasando factura y avanzamos lentos. Pero la cumbre ya se intuye cercana, afilada en su cuerno de roca. Esta media ladera está bastante empinada, el frío se hace cortante y parece infinita… Agachando la cabeza vamos superando estos últimos tramos.

La nieve se combina con la roca en un ambiente espectacular

Tramos de roca con trepadas sencillas

En la cumbre miramos la hora, hemos cumplido, aunque justo, el horario que Rebuffat da como referencia. Nos sentamos felices, comemos y bebemos, posamos para las fotos de cumbre que nos tiran los suizos a los que aún les quedan dos cumbres más. El día está espectacular y observamos a las cordadas de los Cuatromiles evolucionando por la huella.

En la cumbre con mis dos buenos y viejos amigos: Juaco y Juan

“Bueno, nos tendremos que ir bajando de aquí, que todavía tenemos un buen paseo…” Comenzamos a destrepar hacia la huella. Alcanzada con algunos contratiempos, avanzamos ligeros hacia el collado que cuelga sobre el plató del Tacul. Las cuerdas fijas y la instalación de rápel nos depositan bajo la zona más abrupta de seracs. Ahora volvemos a caminar sorteando grietas.

Rapelando al plató del Tacul

Alcanzado el llano del plató glaciar del Tacul, decidimos sentarnos a descansar y a fundir nieve para beber, ya que hemos terminado el agua y nos queda por delante un buen paseo todavía. Sentados en las mochilas con el hornillo encendido, disfrutamos del ambiente.
Una vez reanudada la marcha tenemos que remontar un collado, “¡cuesta arriba el paisano ya no va!” comenta Juaco. Lo cierto es que según van pasando las horas, es Juan el que va poniéndose en cabeza del grupo, abriendo huella en la nieve recalentada por el sol. Cansados de todo el día llegamos a la tienda, bajo el Gran Capucin y la norte de la Tour Ronde, cenamos y nos metemos en los sacos aún de día. Suena el helicóptero, que como ayer está bajando gente, más tarde sabremos que se trata de Alex Huber forzando una línea del Capucin.
A pesar de lo justo de la tienda para tres personas dormimos como lirones hasta bien entrada la mañana. “Qué, vamos hasta la Tour Ronde?” pregunto con poca fe, “hombre, todavía hay que volver a Midi, remontar la maldita arista con estas mochilas…” nos lo pensamos mejor y decidimos dejarlo para otra vez. El cansancio no nos dejó intentar otra cumbre más: estamos contentos con lo realizado. Recogemos con calma, mirando de reojo las moles que nos rodean, a las que cómo no, nos gustaría subir. Camino del teleférico el cielo se va cubriendo de nubes, al final todavía hemos hecho lo correcto.

¿Apetece subir a algún sitio...?

De vuelta en el pueblo nos preparamos para emprender el viaje de vuelta. Otro año más hemos podido escalar en estas montañas de ensueño. Ya se agolpan en mi cabeza objetivos para futuras visitas… El nudo infinito, como diría Kurt Diemberger…

Referencia:
"El Macizo del Mont Blanc, las 100 mejores ascensiones" Gaston Rébuffat
Aiguille D´Argentiere, Vía Normal: Nº 19
Mont Maudit, Arista Kufner: Nº 50

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