LA MONTAÑA COMO PASIÓN, COMO ESCENARIO INFINITO SOBRE EL QUE DISFRUTAR INTENSAMENTE DE LA VIDA,
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viernes, 14 de mayo de 2010

El Torco - Cuestión de Estilo



Estaba empeñado en subir solo.
No sé por qué. No suelo ir solo al monte. Bueno, lo cierto es que recapitulando sí que tengo bastantes ascensiones, principalmente invernales, en solitario. Quizá los compañeros en invierno abunden menos que el resto del año. Todo es más duro en invierno; las aproximaciones, el peso del material, las probabilidades de que no se encuentre la nieve en condiciones, el frío, las menos horas de luz. Todo redunda en que haya que moverse rápido y con precaución, una combinación que cansa y estresa, y que a la gente no le gusta demasiado. A mí me encanta, quizá es que soy un bicho raro.

El Torco era una de las cumbres principales de Picos que no había ascendido. La concebía como invernal, ya que en verano pierde bastante interés. El caso es que su normal no presenta mayores problemas y por eso la había pensado para ir solo: un corredor de inclinación llevadera y unos pasos aéreos para alcanzar la arista y finalmente la cumbre. Una cumbre esbelta e imponente, alpina y aislada en lo más profundo del macizo del Cornión, que requería varias horas de aproximación: me llamaba la atención poderosamente y ya llevaba dos intentos frustrados los respectivos inviernos anteriores, en ambas ocasiones por las condiciones del hielo.


Dice el refrán que se aprende más de las retiradas que de los éxitos. En la primera retirada, Diciembre 2005, estaba a quince metros de la cumbre, me dio rabia, pero el hielo sonaba a hueco terriblemente, y el tobogán que tenía a mi espalda hasta el fondo del Jou Santu me hizo sudar frío (aunque tarde). Me había cruzado en la base con una cordada que se retiró también pero más abajo que yo, y que me miraron incrédulos al verme subir solo. El destrepe me tensó todos los músculos, principalmente los gemelos.
En la segunda retirada en Enero 2006, estaba a aún a medio corredor, pero los mixtos eran demasiado para mí. Saqué la cuerda (que no había llevado la primera vez) pero no vi dónde montar la reunión, todo se complicaba y de nuevo me di la vuelta.


También dice otro refrán que a la tercera va la vencida. Nuevo invierno, 2007, un nuevo día de cielo azul, de nieve perfecta y nadie en todo el macizo: es jueves de primeros de Marzo, normal no haya gente. En realidad hay una cordada en la Arrieta a la Torre de Santa María que más tarde vi en el refugio; era Adrados con un amigo. Esta vez lo iba a conseguir. Cuando llego a la boca del Jou Santu, la Norte de Peña Santa me saluda invitándome, “¿por qué no? si la nieve sigue bien igual puedo hacer la Ancha y me apunto la Norte a Peña Santa en solitario invernal…”. Mi ego es muy grande, a veces me cuesta controlarlo. Remonto las palas iniciales, esquivando roñones de roca me voy elevando por goulottes de hielo vivo o nieve muy transformada hasta que alcanzo la base del resalte de la Ancha. Saco la cuerda, monto una reunión y empiezo a intentar el paso. De repente la conciencia me sacude, me coloco en situación: estoy aquí solo, en crampones y piolets contra un paso de IV… p´abajo.




Una vez tomada la decisión todo es fácil. Dirijo la mirada al vecino Torco, que parece amigable comparado con lo que me estaba planteando. Rápidamente destrepo hasta el Jou y remonto las palas iniciales hacia el corredor, la nieve también está buena, así que en pocos minutos me planto en el collado con la primera María. La vista hacia Sajambre, Amieva, Ponga, etcétera impresiona. Mientras como un bocado y echo un trago me doy cuenta de lo aislado de mi posición: conviene no perder de vista ni un momento el hecho de que aunque el terreno sea fácil, no hay margen de error. Arranco por el resalte que me da paso a un flanqueo final que conduce a la arista: los crampones apenas dejan marcas.

Hago cumbre y feliz me siento a descansar un rato al sol y contemplar el paisaje. Está hecho, pero todavía me falta bajarme de aquí, cruzar los dos Jous y la media ladera hasta la Fragua que está totalmente helada…

Después de un cuarto de hora me dispongo a iniciar el destrepe. Con atención máxima sigo mis leves huellas de subida, afianzando cada piolet, sintiendo cada patada. Los gemelos arden. Después del collado, el corredor hacia el Jou tiene una reunión montada con cordinos; saco la cuerda y estiro un rápel de treinta metros.
















Una vez recogido el material, me guardo un piolet y continúo el trabajo de crampones. Cruzo la media ladera de la Fragua con el warning encendido: está heladísima. A los dos días, en este mismo punto se mataría Pedro Udaondo, un ejemplo para todos los que escalamos en Picos, una pena.


El refugio está cerrado entre semana, pero charlo un rato con Adrados y su colega, y con Elías que con su novia han subido a caminar. Es agradable encontrarte en el monte a amigos que hace tiempo que no ves.

Al rato ya estoy de nuevo bajando camino del coche. La luz invernal declina y la nitidez de los perfiles recortan el paisaje. Pensando en mis cosas alcanzo el Pozu del Alemán y el coche.

Un profundo olor a sudor de deshidratación, que recuerda fuertemente a amoníaco, impregna el interior del coche. La tapicería ya no tiene arreglo, son demasiadas capas acumuladas. Menos mal que la jefa me entiende. Conduzco hasta casa con los ojos resquemando por el sol del día y los focos de los coches de noche.

Han pasado varios años. Ahora, cada vez que veo la Torre del Torco recortada en el cielo junto a la Peña Santa, especialmente cuando estoy en Soto de Sajambre, recuerdo aquel día y revivo las sensaciones de estar allí arriba solo mirando alrededor, sintiendo la grandeza de la montaña y lo insignificante de uno.

Me alegro de que fuera así, en este estilo alpino minimalista, mi primera ascensión al Torco.

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